Enrique de pie, en medio de la escena, revive hechos ocurridos en la isla Mytika. Sus compañeros, Julián y Matías, sentados a una mesa beben y escuchan atentamente. La voz de Enrique va cambiando de tonalidad a medida que avanza el relato, los sucesos son tan vívidos que en su cuerpo reaparecen las sensaciones del momento en que ocurrieron.
Enrique cuenta:
-De esa expedición participamos Omar, Moyan y yo. Los tres somos muy distintos pero las casualidades del destino nos unieron. Omar es un príncipe árabe, quinto varón en la escala de descendencia; situación que le otorga riqueza, pero que lo excluye de la posibilidad de acceder al trono. Esto provoca una rivalidad con sus hermanos mayores y lo lleva a alejarse en busca de aventuras que le permitan sentirse poderoso.
Moyan, en cambio, es heredero de un rico comerciante africano. Es un hombre seguro de si mismo, fue educado con los mejores profesores y viaja para ampliar sus horizontes, disfrutando de cada novedad y tratando de analizarla desde sus conocimientos previos.
Enrique gira hacia sus amigos y explica:
-Cada uno de nosotros tenía un motivo distinto. Moyan iba en busca de su mujer e hijos a la isla de Preta. Omar quería aventura por el desafío que ello implica, y a mí… sólo me llevaba el deseo de un viaje placentero, pero diferente.
Mientras estábamos en la borda del velero, apareció de pronto, flotando a la vera del casco, una caracola de colores iridiscentes. Moyan se esforzó en conseguirla como un regalo para sus hijos. Cuando por fin la alcanzó nos juntamos para admirarla. Omar la acercó al oído y exclamó: “el mar ruge y habrá tormenta”. Moyan, poniendo gesto de desolación, la tomó y, al apoyarla contra el oído, su rostro se transformó. Explicó que escuchaba la melodía del mar en calma. Mi curiosidad fue tan grande que también quise hacerlo. Todo esto sucedía entre risas y bromas.
En este punto, Enrique calla agita sus manos con emoción y con un hilo de voz dice:
-Escuché silbidos de sirenas y una voz susurrante que me llamaba.
Julián y Matías se miran con expresión de desconcierto, Enrique continúa ensimismado:
-Los tripulantes del barco nos advirtieron que no debíamos jugar con las creencias: “los designios del mar se cumplen”, “el rey de los mares es un rey poderoso, un enojo suyo puede transformar un mar apacible en uno furibundo”, “se le debe respeto y entrega”… –decían los marineros-. Al oírlos, no pudimos dejar de sonreír.
El mar, hasta entonces calmo, empezó a encresparse; y el cielo, de un azul celeste intenso, a oscurecerse. Las ráfagas de viento fueron cada vez más fuertes, el barco se hamacaba con mayor violencia. Súbitamente vimos una pared de agua frente a nosotros, el golpe fue tan intenso que encallamos en un risco, una isla pequeña en medio de la nada. Según el mapa del capitán, era la isla Mytika, conocida como hogar de sirenas y dioses.
Se sienta con sus amigos, toma la copa, la hace girar entre sus dedos y agrega:
-Fue una noche muy larga. Nadie durmió, el sonido del mar embravecido nos atemorizó y el recuerdo de nuestra experiencia con la caracola trajo sobresalto, nos íbamos contagiando el estado de ansiedad hasta convencernos de haber avistado sirenas y otras criaturas mitológicas llevándonos a escenas de histeria. Si, la noche fue demasiado larga y tenebrosa. Al amanecer despertamos del ensueño y observamos, a un kilómetro de distancia, la isla de Preta, nuestro destino. Nunca pudimos explicarnos lo que pasó, el lugar en que estábamos era apenas un peñón rodeado de un mar que lamía sus bordes mansamente.

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