#Quedateen casa · cuento · Sentimientos

Buscando a Miguel

“Querida amiga:

No te imaginas cuánto necesito de tu compañía en este momento.

En el tiempo que llevamos sin vernos pasaron muchas cosas, para ser más exacta me ocurrieron muchas cosas, hechos lamentables como la pérdida de Miguel, mi hermano. Lo más triste de ello es que, hasta el momento, a pesar del trabajo policial, el cuerpo no aparece.

Estoy desconsolada y extraño tu presencia.”

   Cuando llego a este punto de la carta, viene a mi memoria el verano pasado en casa de Manuela, nuestros paseos por el bosque cercano: un lugar calmo donde los únicos sonidos eran el canto de los pájaros o el crujido de ramas tras la fuga de una liebre o un venado. Nuestras conversaciones se dirigían, invariablemente, a su familia.

   Con la carta apretada en mis manos pienso en él: hermoso, de rasgos irregulares y manos lánguidas, era la representación de una persona débil ante los riegos del mundo.  Se enredó en una relación amorosa con una mujer fuerte que lo contuviera, quien estaba casada, y esto generó la maledicencia en las reuniones sociales.

   La familia de Miguel se sentía molesta por aquel descaro. Quedaba a la vista, que una mujer  con tal carácter dominaba la relación, y lo hacía a vistas de su marido para crear una situación que lo enfureciera.

   Pienso en mi amiga: erguida, a la defensiva, con el abrazo protector a Miguel y la mirada atenta, observando siempre el entorno. Algo en su interior le decía que ese joven la necesitaba, y él lo exteriorizaba acurrucándose en el hueco del brazo que se le tendía.

     En las largas tardes del verano  el tema era recurrente entre Manuela y yo.

Me contaba su sufrimiento por esta situación,   se sentía impotente para romper los lazos  enfermizos a los que estaba atado su hermano, y temía por el final.

Rápidamente tomo papel y lapicera  para contestar a su pedido de socorro, pero mi mente está en blanco, mis manos tiemblan y sólo pienso en  Manuela,  mi amiga de toda la vida  que me necesita.

Automáticamente me prendo del teléfono para reservar pasajes, debo estar con ella…

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cuento · narración

Las hojas y el colibrí

 Me encuentro disfrutando de unos días en la campiña bretona.

 La belleza del campo  invita a quedarse. El colorido de las casas  de dos plantas y con techos a dos aguas, con las ventanas y puertas abiertas al cielo parecen incitarme a pasar. La leña acumulada contra el muro está esperando a ser usada. El verde campo luce preparado para correr, desplomarme y sentir su aroma, en tanto disfruto de la brisa que mueve y desprende las hojas rojizas de los árboles del entorno.

 Rodar en la hierba despierta recuerdos y sensaciones. Bulle en mí la música como bullía en la noche del último espectáculo de ballet del que formé parte como violinista de la orquesta. Aquella noche la música y el ballet crearon algo indivisible y perfecto.

 Aún me conmueve recordar  el instante en el que siguiendo las notas de mi violín, perdí la mirada en el escenario y me sentí deslumbrado por ella.

La primera bailarina, se separó del grupo con sus arabescos, los brazos agitándose en el aire semejaban colibríes, el tutú orlado de flores flotando y siguiendo el vaivén de las piruetas. El coro desapareció, únicamente ella brillaba en medio de la escena danzando al son de la melodía. Sola ella,…giraba y giraba con ondulaciones suaves y sensuales que dejaban ver su cuerpo recortado en el vacío. Con su cadencia en una armonía total con el sonido que fluía sin cesar como fluía el movimiento. En ese momento tocaba para ella, “mi avecilla” que se deslizaba en el aire como se desplazan las hojas sobre la campiña.

 Las hojas cayendo lentamente son mi bailarina que… gira y gira con ondulaciones suaves y sensuales…, en mi derredor.

 Regreso de mi ensueño con el cuerpo relajado y la imaginación cargada por la evocación, me incorporo lentamente y apoyado en la mullida grama reverdecida hundo  las manos para acariciarla y pierdo la mirada en las lejanas vallas de piedra que dividen la propiedad. Mientras… gira y gira un colibrí.

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Leonid Afremov

 

 

cuento · Libro Reconociéndonos · narración · Sentimientos

Aprender a vivir

Sentada frente al televisor, con una taza de café en la mano y la mirada perdida en el infinito repaso el transcurrir de mi vida y llego a la conclusión de que nos lleva años aprender a vivir y cuando ya lo hemos hecho, o creemos que lo sabemos todo, llegó la hora de partir.
Nadie nos enseña a vivir, sólo nos formamos a través de nuestros errores y aciertos. Tomamos retazos de la existencia de quienes admiramos, de consejos vanos y de aquellos dados con la honradez y humildad de un corazón generoso. Todo sirve, pero sólo depende de nosotros cómo lo apliquemos y hacerlo en el momento justo.
¿Si pudiéramos desandar caminos cuántas cosas no hubiéramos hecho? No es tan fácil adquirir experiencia, sólo se hace paso a paso, día a día, aceptando errores y aprendiendo de ellos, todos hasta los más duros momentos nos dejan algo positivo.
De nada sirve nuestro tiempo. El tiempo es efímero y cada día es una vida, por ello sólo hay que ocuparse de cada uno de ellos como si fuera el primero y el último, aprender a disfrutar de las pequeñas cosas que la naturaleza nos regala: el canto de un pájaro, el verde del césped, los colores de las flores… el cielo con sus nubes que dibujan figuras infinitas y… la familia que es el regalo más importante que Dios nos dio sin olvidar a los amigos que el destino nos proporcionó.
¿Que cosa más importante que todo ello existe? ¿El dinero..? Es efímero, sólo nos ayuda a que no falte comida, salud y educación para nuestros hijos y para nosotros, lo demás… tiene el valor que cada uno le dé, va de la mano de las prioridades personales que nos hemos impuesto.
La vida no siempre da satisfacciones, a veces son más los dolores que las alegrías, pero acaso ¿no es válido trasponer piedras para disfrutar momentos?
Crecer, crecer ya es difícil y cuando debemos hacerlo de a dos se complica aún más. Cada cual tiene sus tiempos y espacios y amoldarlos al otro es complejo.
Tomo un sorbo del café ya frío y analizo el momento de mi vida en que me encuentro, es un cruce de caminos. Debo elegir si seguir el camino arrastrándome en la sombra o respirar profundo y reclamar mis derechos. Ello significa plantar los frenos, dejar en claro que no soy la misma, he crecido y ese crecimiento hizo que cambiara, que modificara mi espíritu, mi concepto de vida, mi razonar, mi visión del mundo.
Si, debo decirlo, porque no quiero partir sin haber dejado mi pequeño legado, debo hacer las últimas cosas en función de lo que yo pienso, mal o bien pero que sean mis decisiones, mis objetivos, mi lucha.
Miro el televisor con asco, sólo muestran violencia, decadencia, desorden y omnipotencia. Es que la pobreza, el abandono, y la falta de honestidad sólo sirven para producir más y más programas que analizan estos temas desde la intelectualidad o la vulgaridad midiendo puntos para ganar más dinero pero excluyendo soluciones. No es el mundo que quiero vivir: quiero justicia, equidad, solidaridad, no más niños en la calle, no más hambre, no más arbitrariedad en el reparto de los derechos.
Sí. Alguna vez viví en un mundo donde la gente trabajaba y estaba orgullosa de ello: no importaba si era zapatero o industrial, lavandera o maestra, cosechero o agricultor, albañil o político, lo hacían con su mejor predisposición porque en ello iba su honorabilidad. Y la palabra… ¡Ah, la palabra..! Era un documento suficiente que marcaba el deseo de cumplir con el compromiso contraído. ¿Que pasó con ese mundo? ¿Qué pasó
con la gente? O mejor dicho, ¿qué pasó con la educación? Miro la taza de café con el estómago revuelto.
No. No me iré de este mundo sin ver qué se puede cambiar.

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cuento · narración · Sentimientos

La carta

  Sentada frente a su escritorio, con la pluma en la mano vacilante, mientras acaricia el papel, Clara intenta escribir el primer capítulo del libro de memorias que acordara con su editor; tarea difícil pues no viene a su mente ninguna idea.

  Los golpes en la puerta la vuelven a la realidad, es Marta la mucama, que  se recorta en el vano y le entrega una carta.

  Se queda mirándola irse mientras retiene el sobre; es entonces cuando reconoce la letra de Susana, y lo lleva a la boca con sorpresa. No lo puede creer… Susana reapareció.

  La compañera de tantas expediciones, de los momentos felices, de los descubrimientos. Los recuerdos del último viaje se agolpan en su mente: Susana y los camellos, Susana en el mercado, la risa tintineante esparciéndose en el aire mientras su melena vuela agitada por el viento. Susana como centro de atracción, alegre, siempre bien dispuesta.

  Fue una experiencia casi mágica, el viaje en tren, la visita  a ciudades exóticas con culturas tan dispares, donde los turistas eran atendidos con esa trato único; ellas dos invariablemente juntas, riendo por todo y de todo.

  Rápida y con gestos nerviosos toma el sobre y lo abre; hace mucho tiempo que no tiene noticias de su amiga y la extraña.

  Mientras lee las primeras líneas va empalideciendo:

  “Querida Clara, ayer fui a hablar con el Padre Ignacio; no podía esperar más, por fin liberé mi espíritu de la angustia que traje de nuestro último viaje. Sé que no te diste cuenta de lo que pasó, porque yo misma lo evité mostrándome divertida, para no arruinar la oportunidad de tu vida. Este viaje era muy importante para ti, lo habías planificado hasta el mínimo detalle y no quería ser yo quien lo cubriera de sombras.

  Me hizo bien hablar con el sacerdote; pude desbloquear el dolor que me causó la actitud de Horacio. ¿Te acordas del joven que conocimos en el hotel y que nos acompañó en la visita a Marruecos? «

 En este  punto aleja la carta y recuerda a Horacio, moreno, alto de cuerpo atlético, siempre impecable, con ese mechón que le caía sobre la frente, no tan descuidadamente como quería hacer creer; claro que lo recordaba,  desconfió de esa actitud de extrema cortesía. El rechazo natural que sentía por él le parecía  algo personal por eso no se lo dijo a Susana, le parecían excesivas las atenciones para con su amiga.

Retoma la lectura con mayor interés:

“Ese lugar tan especial, con sus callejuelas y pasadizos, me mareó, me llevó a creer que podría sostener, sin consecuencias posteriores, una aventura con Horacio. Sí, Clara, la noche de Marruecos nos transformó y vivimos un romance. ¿Te acordas cuando Horacio y yo desaparecimos y, al regreso, trataste de averiguar dónde habíamos estado? Mi silencio te molestó, lo sé, te pido que me comprendas.

Te lo responderé hoy, con esta carta: le conté que estaba embarazada y él me confesó que estaba casado y que no abandonaría a su mujer. Te pido perdón por haber callado. Sabe Dios cuánto sufrí por hacerlo. Me gustaría que nos encontráramos nuevamente y olvidáramos lo pasado.

  Te quiero mucho. Susana”

  Las manos le tiemblan, se siente culpable y con el puño cerrado se golpea en la sien.

¿Por qué siempre esa bendita costumbre de callar y no decir  lo que siente y piensa? Podría haber evitado  tanta angustia a su mejor amiga. ¿Que pasó, acaso estaba ciega?, le parecía imposible no haber reconocido en la actitud de Susana lo que estaba padeciendo. Es tan trasparente que tuvo que haber hecho un esfuerzo muy grande para impedir que ella se diera cuenta.

-Perdón Susana- susurra- yo también te quiero mucho.

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cuento · Libro Reconociéndonos · narración

Palabras Ausentes- Cap. X- Madurez

  Los años pasan rápidamente, deja de vivir su vida para vivirla a través de los hijos, deja de verse a sí misma para mirar a través de ellos.
El día a día, la sumatoria de sus tensiones vuelven para saldar sus cuentas y esta vez es más profunda pasa a ser la hija de sus hijos y su marido. Pierde el control de su mundo y desde su postración sólo sabe pedir socorro. Cae en un pozo tan  profundo que vuelve a su isla donde se encuentra sola e incomprendida, aterrorizada, teme enfrentar al mundo y se cobija en su cuarto como único lugar seguro.
Cómo explicar que mirar una película le produce tal terror que cree morir. Cómo explicar que se siente atacada por la gente que debe atender en su trabajo. Cómo explicar que no puede ingresar a un negocio porque siente un miedo de muerte, su corazón late desbocado y cree desmayarse, ve los rostros tras una neblina y a veces ni los reconoce. Cómo explicar el sufrimiento que esto le causa cuando su familia y compañeros ya se han cansado de soportar la situación.
Fue un período penoso donde toda la familia enfermó y aprendió a vivir sin ella, ya no la necesitaban, la rutina continuaba y pasó a ser una carga difícil de sobrellevar.

Los que lo viven de afuera nunca podrán comprender el dolor y la soledad que se padece. Después de recorrer consultorios le diagnosticaron ansiedad generalizada, para quien no la sufre es incomprensible y los miran con desconfianza.
Esa lucha con la enfermedad y con la incomprensión es desgastante por ambos lados. El enfermo lucha por sobrevivir y los otros desean que termine de una vez por todas. No todo concluye con aprender a manejar la situación y medicarse, allí
comienza la parte más difícil porque se vuelve al mundo real y se comprende que la vida continuó, que pasaron muchas cosas de las que no se enteraron y que el entorno se acostumbro a vivir sin ellos.
Cómo hacerles entender que están de vuelta, con todas sus facultades normales y pueden ser tan responsables o más que antes. No es fácil, esa isla protectora se transforma en una cárcel.
A partir de allí viene la alternativa de reclamar el lugar perdido, que es un trabajo diario, o mirar por la ventana como lo hacía de niña. A veces una ausencia no buscada   puede transformarse en un castigo injusto, no perdonan el tiempo   pasado, no confían en esta nueva persona.
Y cuando llega a este punto se da cuenta que la vida le pasó por encima, que sus padres ya no están, que el ciclo de su trabajo ya termina, que sus hijos se independizaron y formaron sus familias, que en su matrimonio los silencios son más largos que las palabras y sólo le queda escribir para llenar el vacío de una casa muy grande que en ocasiones se llena con el bullicio de los nietos.
Todo vuelve al principio: “… hay cosas que no se dicen, no se cuentan, se sobrellevan muy escondidas en el interior de uno mismo”. 

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cuento · Libro Reconociéndonos · narración

Palabras Ausentes-Cap IX

El embarazo fue la etapa más bella. Vivía y soñaba por ese niño que crecía dentro de su vientre, fueron meses dedicados a coser y tejer su ajuar, elegir probables nombres porque hasta el momento del nacimiento no sabría su sexo. Poco importaba, el milagro que estaba gestando era el regalo de Dios a tanto sufrimiento pasado, todo se reducía a ese pequeño mundo que era lo más importante.
Llegó el día tan esperado y su bebé comenzó a presionar, quería nacer, pero aunque ambos estaban dispuestos la naturaleza tiene sus sorpresas, fueron tres días de larga espera, hubo que sacarlo de urgencia pero no importaba, allí estaba esa cosa
mágica que es un bebé recién nacido queriendo acomodarse al mundo y prendido a su mamá como tabla de salvación.
A partir de ese momento comenzó el idilio con ese ser que le pertenecía de algún modo, ese bebé que por bastante tiempo vivió amarrado a su pollera. Por más de un año fueron una simbiosis, viviendo el día a día, descubriendo el mundo a través de sus ojos.
Cuando apenas tenía tres meses debieron dejar la casa materna, la relación estaba rota. La vida se complicó, había un bebé y los gastos eran impredecibles, pero sabían que podrían sobrevivir y lo hicieron.
Aprender a vivir como una familia independiente, no fue fácil, eran muy jóvenes, pero tenían un ángel protector que nunca los abandonaba y en los momentos más difíciles siempre una mano se tendía para ayudar.

Los años pasaron unos más lentos que otros, unos más felices que otros. Vino el segundo hijo, quien dio vuelta la casa, rompió con los horarios y las costumbres era un terremoto y se hizo sentir desde la panza con un embarazo complicado que    reflejaría su personalidad especial.
Entre sus tareas de ama de casa, mamá de dos bebés y el trabajo su salud se quebrantó, fueron años de continuas cirugías, de caerse y levantarse, pero todo valía la pena, su familia era el centro de su existencia.
Y llegó un dolor nunca superado, la pérdida de un tercer embarazo que casi la lleva con él.
Con más risas que llantos la pareja se consolidaba, los dos tenían un punto en común, se habían criado sin padre y sin una familia contenedora, eso hacía que lucharan para llevar adelante la propia.
Jugar a ser padres lleva una vida, cuanta cosa por aprender, crecer con los hijos y vivir cada día sin saber como terminará. Entre risas y llantos, entre pañales y mamaderas, disfrutando de lo bueno y llorando con sus llantos. Las crisis de personalidad eran menos frecuentes pero no por eso se habían aliviado, seguía viviendo en una isla, nada más que en ella había incorporado a su familia.
Las relaciones con su madre tenían altos y bajos, los nietos la habían acercado pero no cambiado. Papá participaba de cerca, sentirse abuelo lo hacia muy feliz y se hizo rutina la reunión de los domingos donde tíos y sobrinos, cuyas edades poco diferían, compartieran el día con sus travesuras.
Y los años fueron pasando… sorteando obstáculos, llegó la noticia de un nuevo embarazo encontrándolos a ambos sin un trabajo seguro. La vida tiene esas cosas, te enfrenta a duras penas para que reacciones y ese nuevo bebé vino acompañado de dolores y alegrías, la mano tendida de familiares y amigos y su madre se sumó para bien. No fue fácil su llegada al mundo, estuvo en estado crítico pero venia 
acompañado de un ángel protector que nunca lo abandonaría.
Antes de que el bebé cumpliera dos meses volvió a trabajar, era una lucha diaria ocuparse de la casa, tres niños y el trabajo, pero quien quiere puede, y esos niños eran su motor. Vaya si daban trabajo tres varones pueden ser todo un batallón y quien lo comandaba era ese pequeño retoño del medio que no media riesgos para llamar la atención.

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