cuento

Historias de amigos

La posada es un lugar de colores cálidos, con techo de madera cuyas gruesas vigas descienden a pocos metros del piso. María se mueve diligente, con un impecable delantal, atendiendo a los clientes, pasando casi desapercibida, esto crea un ambiente de intimidad del que disfrutan los hombres que se reúnen a desayunar en torno a las mesitas de blancos manteles, para leer el periódico y comentarlo; también aprovechan ese momento de sosiego para contar historias escuchadas o vividas. De la posada salen las novedades del pueblo, algunas se narran en voz alta; otras, se susurran.

 José gira en la silla para cruzar las piernas, en tanto los compañeros se acercan más a la mesa para escuchar la historia prometida.

 – ¿Se acuerdan de Luigi? -la respuesta viene con un movimiento de cabeza, todos en el pueblo lo conocen.

 Luigi, hombre simple, bien parecido a pesar de los rasgos y apariencia toscos, en su rostro se destacan los ojos verdes transparentes, como vacíos, el cabello pelirrojo luce sus ondas despeinadas de tanto pasarse las manos en un gesto inconsciente, propio de su timidez. Su oficio es el de carpintero artesano, le dedica mucho tiempo y toda la paciencia del mundo, por eso siempre es recomendado.

 – La semana pasada, Luigi estaba trabajando en la casa de Giuditta Molinaro, restaurando el revestimiento de madera de la sala.

 Apenas resuena el nombre de Giuditta se escuchan unos suspiros de admiración. Es una bella joven con unos ojazos negros de mirar asustado,  asiduamente viste blusa blanca de volados que se cierran en el escote, con mangas abullonadas al codo y una falda fruncida que marcan su cintura, los brazos desnudos de manos menudas y largos dedos la hacen ver frágil, es una chiquilla despertando a la juventud.

 José debe carraspear para lograr la atención.

 – Luigi se ocupaba de su tarea y encontró parte del artesanado astillado creando una luz que le permitía ver la habitación contigua; y allí estaba ella… desvistiéndose con lentitud, la enagua caída dejando ver el torso desnudo, los brazos levantados para quitar los invisibles que le sujetaban el cabello. Los gestos eran lentos e imprecisos, en ese momento de soledad volaba sintiéndose cobijada por esas cuatro paredes que le brindaban intimidad. Imaginen el azoramiento del carpintero ante tanta belleza.

 – Relatan que este hombre –explica José – se sentía tan incomodo que trataba de no mirarla, que observaba los muebles antiguos de la habitación, el cubrecama de seda y los almohadones, pero el cuerpo de la joven se encontraba en medio y él no podía despegarse del listón de madera.

José mira a sus compañeros cuyas cabezas ladeadas se le acercan más para poder escuchar mejor, y se relaja, toma el tiempo necesario para encender un cigarrillo, acariciar al perro que está echado a sus pies y apoyando los codos sobre la mesa explica:

 – Lo más interesante no fue lo que vio… sino cómo lo descubrieron. Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, apoyó la frente en la madera y miró por la rendija hacia la habitación de Giuditta, la cama estaba tendida con el cobertor de bellos colores, los almohadones prolijamente ordenados, el cuadro pendía de la pared como lo recordaba, pero…vacía. En ese preciso momento, una mano se le apoyó con levedad en el hombro y, al darse vuelta, vio a Giuditta frente a sí. El golpe en la mejilla fue tan fuerte que la pequeña mano quedó marcada. La furia de la chiquilla al sentirse espiada confundió tanto a Luigi que, tartamudeando y con palabras inconexas, ensayó una disculpa mientras guardaba las herramientas en el maletín. Dicen que después de aquella escena, Luigi no volvió a la casa ni a cobrar el trabajo realizado.

  Las opiniones son dispares: unos envidian la ocasión de Luigi, otro critica su falta de decoro, en tanto José se regodea con la discusión preguntándose qué habría hecho el carpintero si efectivamente hubiese estado restaurando el revestimiento del cuarto de Giuditta.

Imagen Pinterest

@poupeedinubila