Esa frase me la dice siempre uno de mis hijos cuando le recuerdo las travesuras que hizo de niño. Esa frase que forma parte de nuestras reuniones y provoca risas también puede contener su lado gris , hay muchas cosas que para ellos no existieron porque yo no les dije para evitar que se preocuparan. Aun cuando veían una mamá tirada en la cama descompuesta mi respuesta era no hay que preocuparlos y llegué a darle el nombre de “chiripiolca” extraída del programa del Chavo, programa que ellos miraban, de allí pasé ser la abuela chiri cuando vino el primer nieto, porque mis descomposturas eran casi a diario, y sé que fui un peso muy grande para mi familia.
Muchas veces por evitar preocupar a los hijos quitamos importancia a las cosas que nos pasan hasta llegar al límite en que ya no somos capaces de manejarnos por nosotros mismos, de caer tan profundo que podemos llegar a trasformarnos en un ente al que todos miran con lástima.
Si hubiera sido realista con ellos y les hubiera contado que una vez subiendo las escaleras del edificio en el que trabajaba en el 3º piso (escalera que subía y bajaba todos los días) cuando llegué apenas pude caminar unos pasos porque todo giraba ante mi y no veía lo que tenia delante, caminé lentamente y pedí una silla para sentarme a «descansar», cuando me sentí un poco mejor, agradecí y fui a mi lugar de trabajo con el solo comentario de que me había «cansado».
Si les hubiera contado que al salir de la odontóloga y caminar tres cuadras para tomar el colectivo el mundo me daba vueltas y el corazón latía a mil en mi garganta , paré un remis y fui a ovillarme en mi cama esperando que pasara.
Si les hubiera contado que cuando volvía del trabajo, bajé del colectivo , caminé dos cuadras y me sentía tan ahogada por la falta de aire y las palpitaciones que la media cuadra que faltaba para llegar a casa fue un siglo en mis espaldas…caminar dos pasos parar, caminar dos pasos parar…hasta que pude golpear la puerta y caer en el primer sillón que encontré ante la mirada sorprendida de mi marido quien nunca comprendió lo que me pasaba.
Tardé muchos años en recuperar mi vida, mediando internaciones traumáticas en la unidad coronaria, pero ya era tarde, había perdido parte del crecimiento de mis hijos, vivencias de la familia, había perdido mi espacio en el hogar. Todos esos años de lucha en los que muy pocos me acompañaron, no sólo habían dejado lagunas en mis recuerdos, me habían restado espacio en mi hogar. Para mi familia la vida había continuado y se adaptaron a ella cada uno a su manera, pero faltaba alguien y ese alguien era yo. Es difícil reclamar un espacio que mi esposo y mis hijos habían ocupado por la necesidad natural, la vida no para, transcurre, y nadie te devuelve lo perdido.
De muchas cosas me siento responsable… fui yo quien decidió no asustar a los chicos, fui yo quien quiso protegerlos, lo que nunca pensé es que lo pagaría tan caro.
Si, nuestros hijos deben saber lo que nos pasa de acuerdo con su edad y comprensión y tratando de no alarmarlos, pero deben conocer la verdad.