Y es ese juego perverso del abusador, que no sólo te roba la inocencia de la infancia sino que luego, pasado el tiempo, te lo recuerda disfrutando.
Y se enrosca tanto, que pasan los años, y ya anciano, vuelve a recordártelo, mientras tratas de anclarte apretando las manitas de tus niños…
Y aún muerto, ese juego perverso sigue en tu mente sin que tengas culpa alguna.
