Cada vez que toma entre sus manos esa caja de plata con incrustaciones de nácar, proveniente de India, se sume en un temor desconocido; a la vez, que queda subyugada.
Había sido un regalo de Carlos, para su último cumpleaños, y todo lo que viniera de él tenía un interés especial.
Alejandra, sentada al borde de la cama, recuerda a Carlos como un hombre posesivo, de aspecto rudo, pero de amores intensos. No había tenido reparos en enlistarse en el ejército de su Majestad, la Reina de Inglaterra, para sostener el poder de la Corona, en la India. Para él era una necesidad demostrar persisténtemente su virilidad, pero de la forma más extrema, la exacerbaba.
Se pone de pie, camina hasta su tocador y se mira en el espejo; en él ve reflejada a una mujer de una belleza especial: cabellos oscuros que destacan sobre una piel de porcelana; estas evocaciones la retrotraen a las miradas que recibía al ingresar a un sitio, cuando el vaivén de su vestido acompañaba el movimiento de su cuerpo. Desde muy niña había sido el centro de la familia gracias al carácter alegre y extrovertido que poseyera siempre, y desde el momento en que comenzó a asistir a reuniones sociales se destacó más que su hermana, todos la rodeaban de atenciones que ella aceptaba con naturalidad.
Un sólo error había cometido en su vida: enredarse en esa relación amorosa con Carlos, relación que duró apenas un suspiro, pero que la marcó. A partir de entonces, se volvió mesurada y cuidadosa en el trato con los hombres, prueba de ello fue su matrimonio con Eduardo.
El matrimonio le brindó una vida cómoda y buena, pero no impidió que continuara unida a Carlos a través de las cartas, mediante las cuales se enteraba de la vida llena de riesgos que llevaba su ex enamorado, y eso la emocionaba.
Piensa en Eduardo, tan diferente de Carlos. Él es un hombre elegante, de una prolijidad extrema. Desde su boda con él, no existen los imprevistos, su vida está organizada hasta en los pequeños detalles, esto la tranquiliza… pero las cartas de Carlos le provocan esas cosquillas por lo impensado, por la aventura.
Se siente aletargada, producto del discurrir por el camino de los recuerdos, se vuelve y se echa en la cama abrazada a la caja de plata. Paso a paso va del letargo al sueño y la caja de plata se transforma en un cofre que contiene una botella verde con un raro líquido, y la promesa de que al beberlo podrán vivirse los sueños más escondidos, compartidos con la persona amada… Carlos.
Se estremece en la cama, profundamente dormida; desesperada, ve a su marido recriminándole por el abandono y rogándole que regrese al hogar que conformaron con tanto esfuerzo. Carlos, desde una esquina, con su risa sarcástica, agita la botella llena de promesas. Se encuentra tironeada por estos dos hombres que representan pasado y presente de su vida. La decisión le resulta muy difícil.
Ve una figura en las sombras que observa la escena: es su padre, quien con expresión dolorida le pide que regrese.
Gira sobre si misma, se estira y lentamente despierta; mientras lo hace, le parece escuchar a su padre que susurra a lo lejos:
-¿Tomará ella la decisión de despertar?
