Arrodillarme en el piso a jugar con ellos y terminar atropellada por sus impulsos. Dormir abrazada mientras sus manitas descansan en la mía y transformarnos en un vínculo de tres.
Volver a reír como una niña, como esa niña que nunca fui. Que esos «locos bajitos» despierten en mi las más remotas sensaciones de libertad, ternura y alegría.
¡Oh Señor!, si que estoy agradecida a la vida por permitirme disfrutar de estos momentos tan especiales, únicos e irrepetibles.