Es un banco de piedra bello, pero no único.
Es un banco de piedra único para mí, mis sentimientos, mis recuerdos.
Perteneció a mi padre y antes de ello a los suyos. Mi padre aprendió a caminar sujeto a su rugosa superficie y yo aprendí a jugar trepada a él.
Por años se lo pedí de regalo y su respuesta fue siempre negativa.
Pero llegaron sus últimos días y ese niño grande en que se había convertido. Más generoso de lo que había sido en toda su vida, me preguntaba todos los días que necesitaba y con su mente perdida podía satisfacer cualquiera de mis deseos, desde dinero,que por supuesto no tenía, que con su mano temblorosa me indicaba que sacara de su pantalón colgado de la puerta del ropero. Hacía mucho que no se levantaba de la cama así que ese pantalón era una imagen guardada en su mente ensombrecida.
Un día de esos en que su lucidez volvía y aún me reconocía le pedí el banco y me contestó que lo podía llevar cuando quisiera. Fue parte de su legado, de las pocas cosas materiales que guardo de él.
Una imagen que acompaña mis días.