cuento · Sentimientos

Flores envenenadas

             La casa se vistió de fiesta. Marieta se  comprometía en matrimonio. Ella y Rodolfo eran una pareja ideal, ambos acostumbrados a una vida de holgura se complementan con sus ademanes elegantes, siempre atentos el uno con el otro.   

            Llegaron huéspedes para asistir a la ceremonia, entre ellos la prima  Luisa, una joven alegre, que  vestía con soltura ropa de colores brillantes,  acostumbrada a llamar la atención y a disfrutar de ello. Esta vez fue inoportuna.

            Creó una situación confusa entre dos caballeros que se  disputaban su atención; uno de ellos, Hugo, tuvo la ocurrencia de obsequiarle  un pendiente con pequeñas esmeraldas engarzadas, como demostración de su amor. Ella aceptó con total displicencia sólo para causar celos al otro. Tal actitud obligó a su tío a mediar en la disputa y el hecho fue considerado de mal gusto para el resto de la familia que se encontraba disfrutando de un clima agradable.

            En la cocina  Pedro y yo, los sirvientes,  murmurábamos sobre las novedades. Nos juntábamos para compartir dolores, reclamando el trato injusto que recibíamos; éramos los criados más antiguos de la familia; habíamos crecido  en esa residencia junto con la Damita que  se acordaba de nosotros cuándo le urgía algún servicio, y nos daba toda clase de órdenes  con el desdén y la prepotencia de  la mala educación recibida  que la  hiciera crecer como  centro del mundo.

           Esa boda era esperada por la familia. Se vio a Marieta inclinada sobre la mesa con la pluma en una mano y, la otra, apoyada con languidez sobre el papel; el rostro tenía un leve resplandor y en la mirada se traslucía la firmeza del carácter.  Su porte era el de una dama muy segura de sí,  acostumbrada a ser respetada y obedecida ciegamente, pero en ese momento se encontraba inusualmente nerviosa.

           El día de la boda se acercaba y toda la casa se encontraba revolucionada; querían destacarse socialmente realizando una fiesta inolvidable. De pronto,  Pedro y yo escuchamos  un grito y un ruido sordo en la sala. Corrimos y, lo primero que vimos, fue a la señorita Luisa caída a los pies de la mesa,  donde se hallaba un jarrón de porcelana dorado con un ramo de flores de colores, arreglado exquisitamente.

           Dimos la alarma y, con urgencia, llegó  el médico, pero ya era tarde: ella estaba muerta.

            Los criados nos miramos y observamos  aquellos pálidos rostros de nuestros patrones y los de los invitados: expresaban temor; más aún cuando el médico informó que fue envenenada

            Todo era miedo, todo era sospecha. El jefe de policía inspeccionó el lugar y descubrió que  el  ramo de flores  estaba envenenado y Luisa era alérgica.

            Comenzó el interrogatorio  en una habitación contigua, los primeros fuimos  los criados.

             La pregunta: -¿Quien preparó el adorno floral?

             La respuesta repetida fue:-La señorita Marieta.

             Nadie vio nada anormal era una tarea cotidiana. El interrogatorio continuó con las restantes personas y la policía se retiró dando por terminada su tarea dejando un clima tenso.

             Quien hizo el  arreglo floral sabía que llamaría la atención y tentaría a acercarse a descubrir el aroma; por ello, en el agua con la que fueran rociadas  puso unas gotas de veneno.

La intención y el destinatario, eran  desconocidos…

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