cuento

El símbolo

Es un día caluroso, Elisa y sus amigas se reúnen bajo la glorieta para oír música y hablar, es un lugar muy placentero, están tumbadas en los sillones, envueltas por el perfume de las flores y la vista perdida en el prado que se extiende hasta el horizonte, sólo el sonido de los pájaros las acompaña. Es el lugar preferido para las reuniones; allí pueden conversar libremente sin que las interrumpan. Entre tantos temas se  filtra una historia contada por Sara.

Tumbada en su asiento, casi desmayada, revuelve los cubos de hielo de su vaso con la punta de un dedo;  luego, lo lleva a la boca y dice:

 – Hace un tiempo, leí una novela que me impactó, quizás porque en ese momento estaba sensible. Los personajes tenían nombres muy particulares: ella, Enero; él, Macías. Ella   era una doncella de naturaleza sensual pero con alma de niña, pelo renegrido, suelto sobre sus espaldas, túnica envolvente y pies siempre descalzos. Tenía una debilidad: un bonsai cultivado en una bella vasija y que se encontraba  bajo la ventana de la sala; lo mimaba y hablaba con él como si fuera un amigo, le contaba sus secretos y, a vista de todos, parecía  que la planta le  devolvía la atención creciendo hermosa y saludable. En los momentos de tristeza se abrazaba a la vasija y la acariciaba suavemente.

Sara levanta la vista, mira a sus amigas con detenimiento para asegurarse de recibir la atención general y luego de un suspiro continúa:

– Macías  era demasiado bello para ser terrenal: la versión del ángel de la tentación, el óvalo del rostro perfecto, sus labios  tenían un toque de femineidad, los ojos almendrados, de un tono verdoso,  traslucían sus pensamientos y el pelo le caía  desordenado  dándole un toque aniñado que lo  hacía irresistible.

 Enero  vivía con su madre, una dama educada en la alta sociedad, de modales y conducta acorde a su posición a la que se le sumaba una inteligencia cultivada por los mejores profesores. Era una persona especial que cuidaba de su hija con esmero.

El trino de un zorzal distrae la atención. Elisa y su grupo de amigas aprovechan para disfrutar del refresco y, acomodándose en sus butacas, se vuelven a Sara que espera tranquila a que regrese el silencio.

– En una de las visitas a su enamorada, Macías se  acercó a la ventana para correr las cortinas; lo  hizo con tanta fuerza que la vasija  rodó al piso y la planta  mostró sus raíces desgarradas y el follaje semidestruido. Enero  cayó  con un grito desgarrador, desvaneciéndose. Su madre que  conocía la enfermedad, la  acunó mientras esperaron la llegada del médico.

Poco pudo hacerse con una criatura tan frágil, el médico  aconsejó reposo  y que no la  dejaran sola.

 Llegado a este punto el grupo de amigas se distiende y comienzan a apostar si Enero despertará o no. Sara las mira con una sonrisa comprensiva; las conoce y sabe que no pueden callar por mucho tiempo. El parloteo sigue por unos minutos más hasta que un gesto de Elisa logra silenciarlas. El relato continúa:

 – Macías se  culpó por   lo ocurrido, se  sentó junto a la cabecera del lecho con la mano de Enero entre las suyas y, prometiéndose salvarla, inició un relato de dioses y héroes que  lucharían por recuperarla de las profundidades. No se dio  cuenta del transcurrir del tiempo. Su mente  era un espacio inagotable de ideas que volcaba sin darse cuenta exactamente de lo que  decía. Las luces se  encendieron dejando ver largas sombras de la habitación, el joven continuó hablando mientras retenía la lánguida mano de Enero. Le ofrecieron alimento pero él,  apenas calló, sólo  movió la cabeza rechazándolo. El sin tiempo  invadió la casona. Las luces se apagaron con el amanecer y el leve chasquido  despertó a Macias que  continuó   con sus míticas historias. Al cuarto día, un leve suspiro y un parpadeo  indicaron que Enero regresaba a este mundo. Sonrió a su enamorado y le  contó que  había estado en las profundidades del mar y hasta allí alguien igual a él había bajado para narrarle bellas historias;  y que  si lo hacía durante tres días seguidos, el rey que la tenía prisionera la liberaría.

 Sara se para y se estira como desperezándose mientras dice:

 – El médico la auscultó, la encontró recuperada y sin síntomas  –levanta los brazos al cielo y exclama: “¡Oh Dios, como me falta un Macías!”

 La respuesta no se  hace esperar: un coro de carcajadas y el grupo de amigas  alza los vasos simulando un brindis.

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