cuento

Mi amiga la luna

Me gusta mirar la luna, imagino que camino sobre ella, levantando el polvo blanco, que dicen que la cubre. Lo que no puedo imaginarme es encerrada en ese traje con escafandra
y la mochila de oxigeno para poder respirar. No podría hacer eso. No podría disfrutarla.
Cuando miro el cielo, esas noches de luna llena, me figuro deleitándome con la vista del universo, parada en ella. Tan pequeña desde aquí pero tan luminosa, tan mágica. Caminar
por su superficie hundiendo mis pies en el polvo, asomándome a sus cráteres, mudos testigos de los golpes que recibiera desde su misma creación.
¿Qué sentiría? Que estoy parada en la cumbre del universo y desde allí puedo observar otros mundos, otras vidas. Sentiría la emoción de disfrutar de una soledad sin tiempo, donde todo puede ocurrir, dónde el cielo es un gran océano por el que puedo flotar y cada estrella una isla que me espera para ser descubierta.
Miro la luna desde mi ventana y siento que me invita, que su aura está al alcance de mi mano, sólo debo extenderla y me transportará donde yo quiera. Miro hacia atrás y en la cama de al lado mi hermana duerme plácidamente iluminada por su luz, se la ve distinta, como un ángel.
¿Existirán habitantes originarios de la luna? Los científicos dicen que no, que no sería posible la vida. Pero… ¿acaso nosotros tenemos la última palabra, porqué todo debe ser desde nuestro punto de vista? Es una duda que me persigue, quien dijo que somos los únicos habitantes del universo. Si nosotros podemos vivir en este mundo contaminado, ¿por qué otros seres no pueden hacerlo en los suyos? Sólo deben adaptarse a su clima.
La luna abre mi mente, rompe los límites que la lógica impone, me pierdo imaginariamente y camino… camino, sobre esa superficie blanca buscando ese ser que la habita y, que como yo, quizá en ese mismo momento está mirando a la tierra
investigando algo similar.
¿Qué sorpresa sería encontrarnos? ¿Cómo nos comunicaríamos? ¿Cómo será? ¿Qué impresión le causaré? ¿Le pareceré horrorosa?
Son demasiadas preguntas la que me hago mientas disfruto en mi ventana, con la cabeza apoyada en las manos transportada por tanta belleza y curiosidad.
No importa que el tiempo pase, las noches de luna llena me transportaré a ella y dejaré en su suelo una flor, “la flor de la amistad”.

Lelia Di Nubila -libro «Reconociéndonos»

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